Carlos Gracián: El proceso de globalización y la profundización de las crisis

Gracián nos introduce en el artículo mencionando que una de las características del momento histórico actual es que nos encontramos en una transición. Desde los ‘90 que se pone en cuestionamiento la unipolaridad norteamericana y su hegemonía. El trabajo tendrá por objetivos, por un lado, dar cuenta de los cambios en la fisonomía del capitalismo (pasaje de modalidad industrial a financiera) y su relación con la proliferación y profundización de la crisis y, por otro, reflexionar sobre los cambios en la lógica de la geopolítica global ligadas al proceso de modificación del capitalismo.


De la hegemonía productiva a la reestructuración financiera (1950-1970)


Terminada la Segunda Guerra Mundial el capitalismo comenzó una etapa llamada “Cuarto de siglo de Oro”. Fue caracterizada por elevados niveles de rentabilidad en los sectores más concentrados de la economía gracias a la expansión del Estado como organizador de la vida social, es decir, como eje central de la reasignación de recursos a través de la ampliación de infraestructura y el salario indirecto. Esto implicó una sustancial mejora de los sectores populares. A esta etapa se la denominó “la consolidación del Estado de Bienestar” y se caracterizó por la promoción de un nuevo ordenamiento internacional y como por los esfuerzos de EEUU de consolidar la expansión geográfica del fordismo taylorista (forma de acumulación sostenida por producción de objetos en masa y serie). EEUU como potencia vencedora de la 2da guerra mundial, logró imponer una política monetaria que tiene como eje articulador mundial su moneda. De esta manera la hegemonía monetaria norteamericana se apoyó sobre su aparato productivo (intacto tras la guerra y sostenido por un expansivo mercado interno) y su capacidad financiera (sostenida por su moneda como única divisa de peso respaldada por aparato productivo y las reservas en oro). 
 En cuanto a las políticas keynesianas: el principal fin era aumentar la demanda de bienes en una escala considerable (aumentar consumo de sectores populares) para que impacte directamente en la estructura económica. Lo primero a realizar era modificar los mecanismos de distribución del ingreso (si aumenta el sueldo, aumenta el consumo). Luego el empresario debe tener razones para aumentar la cantidad de empleados y maquinaria (aumentar las inversiones productivas). Así es que el Estado adquiere un rol fundamental por un lado por la política fiscal (gasto público y administración de impuestos) realizando inversiones en transporte o energía reduciendo los costos para las empresas. Y por otro lado por la ampliación de la protección social (subsidio a transporte, créditos de vivienda, seguros de desempleo). 
 Dentro del plano ideológico, la expansión del “desarrollismo” como nuevo paradigma que da coherencia y sentido al mundo occidental estaba organizado a partir del postulado del “fin de las ideologías” pretendiendo clausurar el período anterior y adjudicándole los desastres del pasado a las revoluciones sociales. Se trata del proceso de construcción de la hegemonía de posguerra. Estos postulados buscan consagrar un discurso tecnocrático como el mejor medio para regular la vida de las democracias occidentales e industrializadas. No debe existir un pensar ideológico sino “técnico”. Si bien se recurre al Estado como garante para el desarrollo de la economía, este debía ser necesariamente desideologizado, es decir, era visto como un instrumento técnico. Para la década de los años ‘60 la rentabilidad empresarial estaba estancada o en descenso. Comenzaba a surgir un problema para el capitalismo: la durabilidad de los objetos. La reducción de la tasa de ganancias empresarial (por el agotamiento de la renovación tecnológica y la ausencia de un cambio tecnológico) sumado al contexto determinado por una correlación de fuerzas favorable a los sectores subalternos (y su mayor capacidad de organización, movilización y disputa) y a los movimientos insurgentes de la periferia, colocaban al capital en una posición cada vez más delicada.
En este contexto de aumento de la crisis política y parálisis productiva (lo que Gorz denomina crisis de gobernabilidad y saturación del mercado interno), en 1973 ocurre la crisis petrolera que impulsó el desmoronamiento del andamiaje ideológico construido a partir del desarrollismo y el fin de las ideologías. 
 Así EEUU comienza un proceso de reestructuración económica que lo encamina a reafirmar su hegemonía en las finanzas globales (tras negociar la exclusividad para los bancos norteamericanos en el proceso de “reciclaje de los petrodólares” es decir el dólar se convierte en la moneda a través de la cual se comercializan los mayores volúmenes de crudo). Gracián indica que este viraje tendrá su saldo: entre ellos, un proceso de desindustrialización interno que ataca fuertemente a trabajadores y consumidores.

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