Renato Ortiz, Cultura y modernidad-mundo
¿Cuáles son las premisas metodológicas y conceptuales con las que la antropología clásica analizaba las sociedades tradicionales?
Renato Ortiz comienza el capítulo describiendo la metodología de la antropología clásica para el estudio de las sociedades tradicionales. Para ello cita reiteradas veces a Toynbee que escribió el libro “Estudio de la historia”. Este autor luego de estudiar detalladamente a ciertas sociedades confeccionaba un “mapa cultural”, es decir, “un espacio ocupado por unidades diferenciadas, en el cual la dinámica global se hace a partir del movimiento de cada una de las partes”. Un mapa presupone dos tipos de límites: interno (que define la identidad de lo que se pretende localizar) y externo (que define su proyección). “La especificidad cultural se manifiesta en el seno de contornos determinados, lo que torna posible la descripción de sus lazos ‘esenciales’” explica Ortiz. La antropología clásica utilizaba el término “foco cultural” para comprender estas “esencialidades”. De esta manera cualquier sociedad podía ser resumida en un conjunto de valores que la determinarían en su articulación.
Para Renato Ortiz, la noción de foco cultural es una “manera de considerar la centralidad de las culturas-civilizaciones” de tal manera que todas las sociedades construirían sus vidas en torno de “una red de relaciones y significaciones sociales” en función de una “centralidad significativa”. Esto presupone la existencia de un centro difusor y de un espacio común compartido por las culturas que interactúan entre sí. Al respecto Ortiz escribe claramente: “Mi digresión sobre la difusión y la aculturación tiene un objetivo: argumentar que el pensamiento antropológico se fundamenta en dos premisas metodológicas: centralidad y oposición entre interno y externo”.
¿Tiene sentido analizar el fenómeno contemporáneo de la mundialización de la cultura sobre la base de dichas premisas? Ejemplifique la respuesta con el proceso de modernidad alimentaria
El autor se cuestiona si tiene sentido retomar la idea de centralidad y límites internos-externos dentro de una etapa (modernidad) a la que le es inseparable el proceso de desterritorialización. Sería un error metódico el uso de dichas premisas ya que tal esencialismo de las sociedades no se aplica a la modernidad, caracterizada por la movilidad, la circulación y la desterritorialización. Para desarrollar el autor utiliza un caso concreto: la alimentación. Para Ortiz “la comida representa simbólicamente los modos dominantes de la sociedad” (x ej macho-proveedor o criadas comiendo en otro espacio que el patrón). De esta manera la alimentación revela y preserva las costumbres, localizándolos en sus respectivas culturas.
Como se ha mencionado, la modernidad es lo contrario a la fijeza, es movilidad, circulación. Esto es visible en las reformas urbanas, en los medios de transporte, en la moda e incluso en nuestros hábitos alimentarios. Durante el siglo XX dos movimientos acentúan el proceso de mundialización: la diversificación de los productos y el pasaje de la cocina tradicional (con preparación de platos típicos) hacia una cocina industrial. Los alimentos despegan de sus territorialidades para ser distribuidos a escala mundial. Se trata de productos consumidos mundialmente y distribuidos por multinacionales. De esta manera se rompe la relación entre lugar-alimento. La comida industrial no posee ningún vínculo territorial. Si bien existen platos tradicionales, estos están integrados a la cocina industrial perdiendo su singularidad.
Por otro lado Ortiz cita a Barthes que dice que “la polisemia de los alimentos caracteriza a la modernidad” en el sentido que cada situación social (fiesta, deporte, trabajo) contendrá una expresión alimentaria. De esta manera los alimentos son informaciones que nos remiten a distintas actividades donde el concepto de información implica la descontextualización de los contenidos (Wiener). Por esto Barthes dice que en el mundo moderno el alimento pierde en sustancia y gana en circunstancia. Quien dice sustancia se refiere a la idea de “ser” (en tanto a las características propias del objeto) y la circunstancia se refiere a su funcionalidad. “Tomar un cafecito” es un acto que suspende momentáneamente el trabajar, no se trata de disfrutar en sí el café como tal.
Para concluir el autor considera que en el mundo funcional de la modernidad-mundo, los alimento pierden la fijeza de los territorios y sus costumbres. La veracidad de los mapas alimentarios se desvanece, pues los “rasgos esenciales” son informaciones ajustadas a la polisemia de los contextos. La movilidad de las fronteras diluyó la oposición entre lo autóctono y lo extranjero.
Defina desterritorialización
Este término tiene tres acepciones distintas. La primera que desarrollaremos se refiere a que la mayoría de elementos materiales y simbólicos que consumimos y los mensajes que transmiten, no se pueden vincular a un territorio nacional específico. Es decir desterritorialización en el sentido de deslocalización.
Por otro lado, la segunda acepción se refiere a que las espacialidades no reconocen límites fijos o naturales. Sino que son abstractas o virtuales.
Por último la tercera acepción se refiere a la forma de abordar el concepto de frontera y de migraciones.
Describa los aspectos más relevantes de las tesis del americanismo y de la crítica al imperialismo. ¿Son apropiadas para analizar el fenómeno de la dimensión cultural de la globalización? Explique en qué consiste la crítica del autor
Para Renato Ortiz la “americanización del mundo”, tanto desde una perspectiva de elogio a la Nación como de crítica al imperialismo, permea el sentido común.
La ideología americanista tiene origen en la idealización de su pueblo y de su historia (en el sentido de pensar a América del Norte como un país que tiene como deber difundir entre los hombres los valores democráticos y liberales). De esta manera los Estados Unidos se imaginan como paradigma que debe ser imitado por todos. El autor cita a Tunstall, autor de “La media es americana” libro que indaga sobre la supremacía de los Estados Unidos. La “media” se refiere fundamentalmente al comercio y la tecnología. La industria cultural al desenvolverse gralmente en sueli americano, habría inventado un tipo de cultura irresistible portadora de los gérmenes de la universalidad. Así el autor llega a la conclusión de que, según esta perspectiva, los genuinos productos de la industria cultural serían la expresión de un americanismo profundo.
El contrapunto de esta perspectiva es la tesis del imperialismo. Economía, política y cultura son vistas como ejercicio de poder: el capitalismo monopolista, por medio de su fase norteamericana, impone a todos su coerción. De esta manera, retomando a McDonald’s, esta sería una expresión de una cultura de exportación. El resultado de esto sería el reforzamiento de la dependencia política y cultural de otros países y el debilitamiento de las culturas nacionales. Si bien la tesis del imperialismo cultural posee evidencias empíricas, es decir, ejemplos que confirmarían su materialidad (como por ejemplo que la distribución mundial de Coca-Cola se hizo con el auxilio cordial de las fuerzas armadas), para el autor la certeza de las evidencias oculta la parcialidad de la interpretación. La perspectiva antimperialista, si bien se presenta como antagónica a la perspectiva anterior, para el autor se mueve dentro de presupuestos semejantes. En ningún momento se cuestiona la centralidad del imperialismo sino que se afirma por los mecanismos de dominación, es decir, refuerza la perspectiva sustancialista de la existencia de una cultura norteamericana. Esta no se presenta como afirmación del espíritu humano sino como “esencia alienada”, negadora del otro. El debate entonces se traslada a la autenticidad de las culturas nacionales en el sentido que el conquistado sólo logrará su libertad en tanto conquiste su autenticidad nacional. Esta discusión sobre las culturas nacionales reactualizan la dicotomía entre interno y externo. De esta manera los países centrales son vistos como núcleos difusores de una determinada formación cultural chocando con las costumbres locales.
Para Ortiz ambas perspectivas (la ideología americanista y la crítica al imperialismo) comparten las mismas premisas metodológicas: difusión y aculturación. La centralidad del “foco cultural” se repone pero en términos de otra identidad: el Estado-nación. Para la noción antimperialista, la Nación es el núcleo de este capitalismo monopolista que abarca el planeta y lo divide geográficamente. Cada foco de difusión procura propagar/imponer sus ideas, sus modos de vida, a los que se encuentran bajo su dominio.
La dificultad de la tesis de la americanización es que se fija en la difusión de los elementos nacionales olvidándose de analizar la globalización en cuanto proceso. Ortiz dice que su valor explicativo es frágil por dos motivos: en primer lugar porque el razonamiento opera una reducción de la cultura a sus productos (x ej se discute McDonald’s en sí y no el fast food). Por otro lado las expresiones culturales son asimiladas a los bienes económicos (economía = cultura) y entonces se las evalúa en función de los flujos de importación y exportación. Esto llevaría a la conclusión de que la mundialización sólo puede ser comprendida como fenómeno externo a los países que la adoptan. Como si se tratase de una “imitación” de los países centrales de parte de los países periféricos. Para Ortiz este tipo de pensamiento sólo capta las apariencias de las cosas, identificando modernidad con american way of live.
¿De qué modo afirma Ortiz que debe interpretarse el fenómeno de la macdonalización?
Para desarrollar la idea sobre el proceso de modernidad alimentaria, Ortiz cita el ejemplo de Mcdonald's. Muchas veces se le adjudica a esta cadena una “esencia norteamericana”. Esta forma de pensar para el autor es parte de un sentido común que supone la idea de una “americanización del mundo”. El autor menciona que los datos empíricos suelen confirmar esta idea debido a la gran cantidad de sucursales a nivel global sin embargo se cuestiona qué significa finalmente este fenómeno. Desde los años ‘20 a los ‘40 EEUU sufre un profundo cambio en los hábitos alimentarios, fenómeno ligado a la emergencia de las grandes compañías procesadoras de comida y la vida en las ciudades. “La modernidad impone su ritmo a las costumbres arraigadas” indica Ortiz. Ya no hay tiempo para comer en casa, de ahí la necesidad de comer bien a precio bajo. Mcdonald’s se abre en 1940 como un restaurante con variedad de platos. En 1948 decide “simplificar” su organización: ocurre una patronización del menú, el cliente se sirve a sí mismo (self-service) y el precio baja a la mitad. Ortiz remarca que “su americanidad interesa menos que el hecho que exprese un nuevo patrón alimentario, el fast food”. Lo que hacen los hermanos McDonald's es aplicar el modelo de taylorización a la producción de sandwiches y atención al cliente. La rapidez no es una cualidad del universo empresario sino que impregna la vida de los hombres. En el mundo moderno, el tiempo es una función de interrelación de un conjunto de actividades, como habitar, vestir, hacer compras, trabajar, pasear, etc.
Al paso del tiempo. el restaurante y el fast food se convierten en las opciones preferenciales a la hora de almorzar. Esto implica una redefinición del significado del almuerzo que hasta entonces se constituía en una “institución social”, como una especie de ritual o comunión colectiva de la reunión de todos. Así el almuerzo estructurado (entrada-plato principal-postre) cede lugar a una alimentación fragmentada donde se come en horas variadas. Se produce una desincronización de tiempo y lugar en el que se ingieren alimentos. Cada individuo coordina su tiempo en función de sus actividades. Hay una deslocalización del acto de comer. De esta manera la institución comida se desestructura, se fragmenta.
Retomando el debate anterior sobre la “esencia americana de Mcdonald’s”, Ortiz considera que cuando esta cadena “migra” a otros países, no se debe comprender como “rasgo cultural” que se impone sobre los valores autóctonos. Sino que expresa la fase interna de la modernidad-mundo. Para el autor es incorrecto decir que el mundo “se americanizó”. La circulación de los bienes culturales gana mayor consistencia al ser pensada en términos de mundialización y no de difusión. En este caso, para el autor, es necesario vincular las expresiones culturales al suelo de la modernidad que les da sustentación.
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