Castro-Gómez, Santiago, “Ciencias Sociales, violencia epistémica y el problema de la “invención del otro”.
Hipótesis
La hipótesis que sostiene el texto consiste en la demostración de que el “fin” de la modernidad implica una crisis del dispositivo de poder que construía un “otro” en función de la lógica binaria que reprimía las diferencias. Este “fin de la modernidad” se refiere a la crisis de una configuración histórica del poder en el marco del sistema-mundo capitalista que ha tomado nuevas formas en los tiempos de globalización. Esto no implica la desaparición del sistema-mundo (utilizamiento prefijo “post”). La actual reorganización flobal de la economía capitalista se sustenta sobre la producción de las diferencias (pluralidad). La afirmación celebratoria de estas podría contribuir a consolidarlo. El desafío para una teoría crítica de la sociedad es mostrar en qué consiste la crisis del proyecto moderno y cuáles son las nuevas configuraciones del poder global en lo que Lyotard denominó la “condición posmoderna”.
El proyecto de la gubernamentabilidad
Cuando se habla del “proyecto de la modernidad” se refiere al intento fáustico de someter la vida entera al control absoluto del hombre bajo la guía segura del conocimiento (antropocentrismo: elevación del hombre al rango de principio ordenador de todas las cosas). Es el hombre quien sirviéndose de la razón es capaz de descifrar las leyes inherentes a la naturaleza para colocarlas a su servicio. Dentro de esto, la concepción del dominio sobre la naturaleza mediante la ciencia y la técnica entendiendo a la misma como un adversario al que hay que vencer para domesticar los riesgos de la vida. La mejor táctica es conocer al interior a este adversario para luego someterlo a la voluntad humana. El papel de la razón científico-técnica es acceder a los secretos de la naturaleza y obligarla a obedecer nuestros imperativos de control. Weber se refiere a esta racionalización de occidente como un proceso de “desencantamiento” del mundo.
Cuando se habla de la modernidad como proyecto se habla principalmente de la existencia de una instancia central a partir de la cual son dispensados y coordinados los mecanismos de control sobre el mundo natural y social. Esta instancia central se refiere al Estado como garante de la organización racional de la vida humana (panóptico). Esta organización racional significa que el proceso de desencantamiento del mundo (Weber) empiezan a quedar reglamentados por la acción directriz del Estado. Para la formulación de metas colectivas, válidas para todes, se requiere la aplicación estricta de “criterios racionales” que permitan sintetizar deseos, intereses y emociones de ciudadanos. El Estado moderno no solo adquiere el monopolio de la violencia sino que la utiliza para dirigir racionalmente las actividades de los ciudadanos.
Dentro de este contexto las ciencias sociales fueron una pieza fundamental para este proyecto de organización y control de la vida humana. El nacimiento de las mismas es un elemento constitutivo de los marcos de organización política definidos por el Estado-Nación. Funcionan como plataforma de observación científica sobre el mundo social que se pretendía gobernar. Gracias a ellas el Estado fue capaz de ejercer control sobre la vida de las personas, definir metas colectivas y de construir y asignar a los ciudadanos una “identidad” cultural. Las clasificaciones elaboradas por las ciencias sociales. La matriz práctica que da origen al surgimiento de las cs sociales es la necesidad de ajustar la vida de los hombres al aparato de producción (organización fabril-instituciones estatales Caruso/Dussel). Todas las políticas e instituciones estatales vendrán definidas por el imperativo jurídico de la modernización, es decir, por la necesidad de disciplinar las pasiones y orientarlas al beneficio de la colectividad a través del trabajo (biopolítica-panóptico-control de los cuerpos). Se trataba de ligar a todos los ciudadanos al proceso de producción (homogeneización) mediante el sometimiento de su tiempo y cuerpo a una serie de normas definidas y legitimadas por el conocimiento (saber/ciencias-mecanismo de poder). Las ciencias sociales enseñan las leyes que gobiernan la sociedad y el Estado, define sus políticas gubernamentales a partir de esta normatividad científicamente legitimada.
El intento de crear perfiles de subjetividad estatalmente coordinados (homogeneización social en función de ciudadanía) conlleva la “invención del otro”. Este término no se refiere sólo al modo en que un cierto grupo de personas representa mentalmente a otras sino que apunta hacia los dispositivos de saber/poder a partir de los cuales esas representaciones son construidas. Este problema debe ser abordado desde la perspectiva del proceso de producción material y simbólica en el que se vieron involucradas las sociedades occidentales a partir del siglo XV. Según González Stephan, el proyecto fundacional de la nación en latinoamérica se lleva a cabo mediante la implementación de instituciones legitimadas por la letra (escuelas, hospicios, cárceles) y de discursos hegemónicos (mapas, gramáticas, constituciones, manuales) que reglamentan la conducta de los actores sociales, establecen las fronteras entre unos y otros y les transmiten la certeza de existir dentro o fuera de los límites definidos. La formación del ciudadano como “sujeto de derecho” solo es posible dentro del marco de la escritura disciplinaria y en este caso dentro del espacio de legalidad definido por la constitución. La función jurídico-política de las constituciones es crear un campo de identidades homogéneas que hicieran viable el proyecto moderno de la gubernamentabilidad (invención de la ciudadanía).
Si la constitución define formalmente un tipo deseable de subjetividad moderna, la pedagogía es el gran artífice de su materialización (optimismo pedagógico-concepción esencialista de sociedades que devienen en civilización a partir de la educación). La escuela se convierte en espacio de internamiento donde lo que se busca es introyectar una disciplina sobre la mente y el cuerpo que capacite a la persona para ser “útil a la patria”. El manual funciona dentro del campo de autoridad desplegado por el libro, con su intento de reglamentar la sujeción de los instintos, el control sobre los movimientos del cuerpo, la domesticación de todo tipo de sensibilidad considerada como bárbara. De esta manera la constitución del sujeto moderno viene de la mano con la exigencia del autocontrol y la represión de los instintos con el fin de hacer más visible la diferencia social. El “proceso de la civilización” arrastra consigo un crecimiento del umbral de la vergüenza (Jauretche metáfora sombrero: es la barbarie quien se tiene que adecuar negándose a sí misma porque es barbarie). La urbanidad y la educación cívica jugaron como taxonomías pedagógicas que separaban la civilización de la barbarie. Existe una relación directa entre lengua y ciudadanía: crear al homo economicus, sujeto patriarcal encargado de impulsar y llevar a cabo la modernización de la república. Las gramáticas buscan generar una cultura del “buen decir” con el fin de evitar barbarismos groseros de la plebe. Se trata de una práctica disciplinaria donde se reflejan las contradicciones que terminarían por desgarrar el proyecto de la modernidad: establecer las condiciones para la libertad y el orden implicaba el sometimiento de los instintos, la supresión de la espontaneidad, el control sobre las diferencias.
La invención de la ciudadanía y la invención del otro se hallan genéticamente relacionados. La creación del imaginario de la “civilización” exigía necesariamente la producción de su contraparte: el imaginario de la “barbarie (Darío Z: saber/conocimiento - poder; configuración opositiiva-binarista de la otredad; sujetos nominadores -cs sociales- decide existencia de un otro ejerciendo poder). Se trata de imaginarios que poseen una materialidad concreta, en el sentido de que se hallan anclados en sistemas abstractos de carácter disciplinario como la escuela, la ley, el Estado, las ciencias sociales, etc. Este vinculo entre conocimiento y disciplina nos permite hablar del proyecto de la modernidad como el ejercicio de una violencia epistémica.
Como se ha dicho estos mecanismos disciplinarios buscaban crear el perfil del homo economicus que están a su vez vinculados a la dinámica de la constitución del capitalismo como sistema-mundo. Para conceptualizar esto se debe ampliar la genealogía del saber-poder de Foucault hacia el ámbito de macroestructuras de larga duración que permitan visualizar el problema de la invención del otro desde una perspectiva geopolítica.
La colonialidad del poder o la “otra cara del proyecto de la modernidad”
Una de las contribuciones más importantes de las teorías poscoloniales a la actual reestructuración de las ciencias sociales es haber señalado que el surgimiento de los Estados nacionales en Europa y América no es un proceso autónomo sino que posee una contraparte estructural: la consolidación del colonialismo europeo en ultramar. Impregnadas por un imaginario eurocéntrico, las ciencias sociales proyectaron la idea de una Europa ascéptica y autogenerada, formada históricamente sin contacto alguno con otras culturas (Darío Z. Atomización, identidades esenciales sin influencia en lo relacional). Desde este punto de vista la experiencia del colonialismo sería irrelevante para entender la modernidad y el surgimiento de las ciencias sociales de manera que para los africanos, asiáticos y latinoamericanos el colonialismo no significó destrucción y expoliación sino el comienzo del tortuoso pero inevitable camino hacia el desarrollo y la modernización (Jauretche Civilización o barbarie; Caruso/Dussel optimismo pedagógico, Sarmiento: modelo educativomoderno democratico y productivo en función de represión y exterminio de parte de la población. Darío Z otredad tolerable en función de su conversión).
Sin embargo las teorías poscoloniales han demostrado que no tener en cuenta el pimacto de la experiencia colonial en la formación de las relaciones modernas del poder es un recuento incompleto e ideológico. Si el Estado-nación opera como una maquinaria generadora de otredades que deben ser disciplinadas, esto se debe a que el surgimiento de los estados modernos se da en el marco del “sistema-mundo moderno/colonial”. El Estado moderno no debe ser observado como unidad abstracta sino como una función al interior de ese sitema internacional de poder.
Entonces ¿cuál es el dispositivo de poder que genera el sistema-mundo moderno/colonial? Aníbal Quijano propone una posible respuesta que consiste en la “colonialidad del poder”. Considera que la expoliación colonial es legitimada por un imaginario que establece diferencias inconmensurables entre el colonizador y el colonizado. El colonizado aparece como “lo otro de la razón” (Darío Z: lo otro de la identidad (A), en tanto diferencia, es todo lo que no es A) lo cual justifica el ejercicio de un poder disciplinario por parte del colonizador. Ambas identidades se encuentran en relación de exterioridad y se excluyen mutuamente. Como no es posible la comunicación entre ellas en el ámbito de la cultura, se da en el ámbito de la realpolitik dictada por el poder colonial. Una política “justa” será la que intente civilizar al colonizado a través de su completa occidentalización (Caruso/Dussel).
Este concepto de colonialidad del poder amplía y corrige el concepto de “poder disciplinario” de Foucault ya que muestra que los dispositivos panópticos erigidos por el Estado moderno se inscriben en una estructura más amplia, de carácter mundial, configurada por la relación colonial entre centros y periferias a raíz de la expansión europea. Desde este punto de vista la modernidad es un proyecto en la medida en que sus dispositivos disciplinarios quedan anclados en una doble gubernamentabilidad jurídica: la ejercida hacia adentro por los estados nacionales (en su intento por crear identidades homogéneas mediante políticas de subjetivación) y la gubernamentabilidad ejercida hacia afuera por las potencias hegemónicas del sistema-mundo moderno/colonial (en su intento de asegurar el flujo de materias primas desde la periferia hacia el centro. Ambos procesos forman parte de una sola dinámica estructural.
Dentro de este contexto las ciencias sociales se constituyen en este espacio de poder moderno/colonial y en los saberes ideol´gicos generados por él. Las ciencias sociales no efectuaron jamás una “ruptura epistemológica” frente a la ideología sino que el imaginario colonial impregnó desde sus orígenes a todo su sistema conceptual. La mayoría de teóricos de los siglos XVII y VXIII coincidían en una perspectiva evolucionista de las sociedades donde la especie humana atraviesa diferentes estadios de perfeccionamiento (primer estadio relacionado con el salvajismo, la barbarie; último estadio relacionado con la civilidad, derecho, ciencia y artes).
El aparato conceptual con el que nacen las ciencias sociales en aquellos siglos se halla sostenido por un imaginario colonial de carácter ideológico donde conceptos binarios (civilización barbarie, pobreza-desarrollo, etc) permearon los modelos analíticos de las ciencias sociales (Darío Z, el binarismo y concepción esencialista no permite la posibilidad de categorías más allá de la oposición). El imaginario del progreso según el cual todas las sociedades evolucionan en el tiempo según leyes universales inherentes a la naturaleza o al espíritu humano aparece como un producto ideológico construído desde el dispositivo de poder moderno/colonial. Las ciencias sociales funcionan estructuralmente como un aparato ideológico que legitimaba la exclusión y el disciplinamiento de aquellas personas que no se ajustaban a los perfiles de subjetividad que necesitaba el Estado para implementar sus políticas de modernización. De puertas para afuera, las ciencias sociales legitimaban la división internacional del trabajo y la desigualdad de los términos de intercambio y comencio entre el centro y la periferia. La producción de la alteridad hacia adentro y la producción de la alteridad hacia afuera formaban parte de un mismo dispositivo de poder. La colonialidad del poder y la colonialidad del saber se encuentran emplazadas en una misma matriz genética.
Del poder disciplinar al poder libidinal
[Paso soc modernas poder panóptico a soc posmodernas poder “inteligente” (Han), sinóptico (Bauman); Mercado nuevo referente que organiza la vida social en función de la oferta y demanda; desterritorialización]
Se ha conceptualizado la modernidad como una serie de prácticas orientadas hacia el control racional de la vida humana, entre las cuales figuran las institucionalización de las ciencias sociales, la organización capitalista de la economía, la expansión colonial de Europa y por encima de todo, la configuración jurídico-territorial de los estados nacionales. Esta consiste en un “proyecto” porque ese control racional sobre la vida humana es ejercido hacia adentro y hacia afuera desde una instancia central: el Estado-nación. Entonces ¿a que se refiere el autor con la idea del “fin del proyecto de la modernidad”? Consiste en que la modernidad deja de ser operativa como “proyecto” en la medida en que lo social empieza a ser configurado por instancias que escapan el control del Estado nacional (Gorz). Es decir, el proyecto de la modernidad llega a su fin cuando el Estado nacional pierde la capacidad de organizar la vida social y material de las personas. Es cuando podemos hablar propiamente de la globalización.
Desde este punto de vista el autor sostiene que la globalización no es un proyecto porque la gubernamentabilidad no necesita de una instancia central que regule los mecanismos de control social (punto arquimédico). Se puede hablar de una gubernamentabilidad sin gobierno para indicar el carácter espectral y nebuloso que toma el poder en tiempos de globalización (Sennett concentración sin centralización visible). La sujeción al sistema-mundo ya no se asegura mediante el control sobre el tiempo y sobre el cuerpo sino por la producción de bienes simbólicos y por la seducción irresistible que estos ejercen sobre el imaginario del consumidor. El poder libidinal de la posmodernidad pretende modelar la totalidad de la psicología de los individuos de manera que cada cual pueda construir reflexivamente su propia subjetividad sin necesidad de oponerse al sistema (Darío Z video: creación de espacios de resistencias dentro y por parte del sistema).
En tanto a las ciencias sociales y sus mecanismos productores de alteridades, la construcción del perfil de subjetividad que requería el proyecto moderno exigía la supresión de las diferencias (homogeneización). Sin embargo en el momento en que la acumulación del capital ya no demanda la supresión sino la producción de diferencias, también debe cambiar el vínculo estructural entre las ciencias sociales y los nuevos dispositivos de poder. Estas se ven obligadas a realizar un cambio de paradigma que les permita ajustarse a las exigencias sistemáticas del capital global.
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